PARTE A
LA ROMANIZACIÓN Y LA
ADMINISTRACIÓN
A-LA
ROMANIZACIÓN
Tras la conquista el primer objetivo fue la explotación de las riquezas
mineras, especialmente de metales preciosos de las minas de Sierra Morena,
Galicia y Cartagena. Esta explotación se hacía mediante esclavos, probablemente
hispanos, y no atraía mucha cantidad de elementos colonizadores. Las minas
fueron explotadas en un principio por particulares, pero bajo Tiberio pasaron a
ser propiedad imperial.
Hasta después de la conquista de Numancia no comenzaron a ser numerosos los
asentamientos de colonos italo‑romanos. Después las posibilidades de la
agricultura mediterránea y de la ganadería atrajeron a numerosos colonos, los
cuales difundían además sus técnicas agrícolas entre los indígenas.
Las ciudades estado de origen griego, fenicio o indígena se vieron en
general beneficiadas con la conquista romana, tanto por la introducción y
generalización de la economía monetaria como por el modelo de civilización
urbana romano y la protección contra las razzias de los pueblos pobres del
interior. Poco a poco fueron accediendo a mayores grados de integración en el
Estado romano, perdiendo así su autonomía. Por su estatuto había ciudades
estipendiarias y libres (federadas y no federadas).
La presencia numérica de romanos en Hispania, a pesar de la escasez de
población autóctona, era poco importante, y este hecho no cambió hasta las
guerras sertorianas. Hispania era un territorio enorme, poblado por sociedades
muy variadas y cuya administración se hacía difícil precisamente a causa de
esta inmensidad y variedad. La presencia militar romana era escasa en
principio, lo que alentaba a su vez frecuentes revueltas. Otro problema para
que los romanos e italianos acudieran de forma significativa a Hispania era la
distancia.
Antes de Augusto la romanización apenas afectó a la costa mediterránea, la
Bética y el valle del Ebro. Se seguía una política de asentamiento de colonias,
algunas de nuevo cuño, otras inmersas en ciudades preexistentes y otras
originadas por campamentos militares. La mayor parte de los colonos eran soldados
de los cuales se esperaba la defensa contra los pueblos del interior. En estas
colonias se llevaba a cabo una política de asimilación de elementos autóctonos
mediante matrimonios mixtos, reclutamiento de auxiliares indígenas, utilización
generalizada del latín, concesión del derecho de ciudadanía por méritos de
guerra, etc.
Las guerras
sociales y sertorianas avivaron el proceso romanizador. Se crearon numerosas
colonias militares, se otorgó el estatuto de municipio romano a otras ciudades
y aumentó extraordinariamente el número de ciudadanos romanos. Con César se
fundaron numerosas colonias de veteranos y algunos notables españoles pudieron
por primera vez entrar a formar parte del Senado. Ciudades sin presencia romana
se convirtieron en municipios de derecho romano, y otras recibieron el derecho
latino, sobre todo en la Bética. La colonización agrícola recibió un impulso
decisivo y el uso del latín se extendió con rapidez, mientras que las élites
indígenas se romanizaban en bloque. Una nueva organización administrativa
dividió a la Península en tres provincias: Bética, Lusitania y Tarraconense. En
el año 74 el emperador Vespasiano concedía a todos los peninsulares el ius
latii minus. En 212 Caracalla extendió la ciudadanía romana a todos los habitantes de
Hispania y creó una nueva provincia, Gallaecia.
El proceso de romanización se vio favorecido por ciertos factores, y a su
vez introdujo en Hispania las formas políticas y económicas de Roma. Se creó
una red de vías que servía a la vez para la penetración de todo lo romano y
para la estructuración del territorio, la comunicación y el comercio (vía
augusta, vía de la plata), al tiempo que integraban al país en la red imperial
de comunicaciones terrestres. La vida urbana tomó un gran auge, imitando las
formas e instituciones romanas, aunque el nivel de urbanización nunca fue muy
elevado. El auge urbano trajo consigo el desarrollo de la construcción de obras
públicas, como acueductos, basílicas, termas o edificios oficiales. La lengua y
la cultura latinas fueron extendiéndose poco a poco hasta hacer desaparecer las
lenguas y gran parte de las culturas autóctonas. La religión romana, el culto
imperial, las religiones de origen oriental introducidas en Roma y
posteriormente el cristianismo se difundieron prontamente en las ciudades, que
estaban muy romanizadas, pero su difusión en el medio rural resultó siempre
mucho más lenta y difícil. Hispania llegó a contar con seis millones de
habitantes y a gozar de una gran prosperidad.
Hay que señalar que la romanización no dejó su huella de forma homogénea en
la Península. A grandes rasgos puede decirse que las zonas que primero fueron
conquistadas fueron las que más se romanizaron. Y eso no sólo por el mayor
tiempo que estuvieron bajo dominio romano, sino también porque su desarrollo
social y cultural había preparado el camino; el surgimiento de ciudades estado
en el litoral mediterráneo acercaba más el modelo sociocultural de estas zonas
a Roma que el de las tribus indígenas del interior. Conforme avanzamos desde el
Mediterráneo hacia el Atlántico el barniz de la romanización se hace más tenue,
pudiéndose afirmar que en la costa atlántica del Norte la romanización fue
escasa e incluso nula en algunas zonas.
B-LA
ADMINISTRACIÓN
Como ya vimos Hispania fue dividida en principio en dos provincias, la
Ulterior y la Citerior, que se convertirían en tres en época de Augusto
(Bética, Lusitania y Tarraconense) y a las que se añadirían otras
posteriormente. Al frente de cada provincia estaba un gobernador (procónsul o
pretor) nombrado por Roma y ayudado por un quaestor, entre cuyas funciones
estaban la recaudación de algunos impuestos, el mantenimiento del orden, la conservación
y vigilancia de las vías y caminos o el control y explotación de las minas. Las
provincias se dividían a su vez en populi (distritos que englobaban a los
pobladores prerromanos) y civitates (núcleos con un estatuto jurídico
diferenciado del de los populi).
Durante el imperio aumentó el número de provincias, y éstas pasaron a ser
gobernadas por legati Augusti, quedando divididas en conventos juridicus de
carácter judicial y en las civitates y populi antes vistas, además de las
colonias y municipios. Posteriormente, y ya en tiempos de Diocleciano, las seis
provincias hispanas se englobarían dentro de la diócesis de Hispania, dirigida
por un vicario, que a la vez formaba parte de la prefectura de las Galias.
Por su parte las ciudades imitaban en su administración y organización a
Roma. Estaban gobernadas por magistrados, que salían de las filas de las élites
urbanas, y que sufragaban en parte con sus propios medios algunos de los gastos
de la ciudad. Los municipios de derecho romano tenían además asambleas de
ciudadanos y un consejo (ordo decurionum).
EVOLUCIÓN
POLÍTICA DE AL-ANDALUS
1-EL EMIRATO DEPENDIENTE (711-756).
-Muza,
gobernador del Mahgreb musulmán, envía a su cliente Tarik con un ejército a la
península a apoyar a los hijos de Witiza en su guerra contra don Rodrigo.
-711: batalla de Guadalete. Los visigodos son derrotados por los musulmanes, y
las tropas de Tarik conquistan Hispania sobre todo mediante pactos con la
nobleza visigoda. En 722 toda la península, salvo pequeños núcleos en las
cordilleras cantábrica y pirenaica, ha sido sometida. Al-Ándalus se convierte en emirato dependiente de Damasco (716).
-Fuertes
enfrentamientos entre beréberes, árabes (Qâysies del norte y Yemeníes del sur)
y sirios por el reparto del botín, de las tierras y el poder en el emirato.
2-EL EMIRATO INDEPENDIENTE.
-Abderramán,
de la familia Omeya, llega a la península huyendo de la matanza de su familia y
toma el poder, independizándose de Damasco y fundando un nuevo estado. Fuerte
represión contra las rebeliones internas.
-Los
sucesores de Abderramán afirman la autoridad central y atacan a los cristianos.
El emirato se islamiza progresivamente y Al-Ándalus se consolida como potencia
mediterránea y económica (desarrollo del comercio, de las ciudades, de la
artesanía y de la agricultura).
-A partir de
Mohamed I (852) comienza un periodo de inestabilidad (1ª fitna):
- Rebeliones internas.
- Pestes y hambres.
- Persecuciones contra los no musulmanes.
- Consolidación de los privilegios de la minoría
árabe.
3-EL CALIFATO INDEPENDIENTE.
-Abderramán
III llega al poder en 912 y elimina a todos aquellos que se oponen al poder de
la monarquía. En 929 se proclama califa,
naciendo el califato con capital en Córdoba que se independiza en lo
religioso de Bagdad. Consolida el aparato gubernamental, ataca a los cristianos
y conquista parte del norte de África.
-Sus
sucesores impulsan la economía, que alcanza una época de apogeo, al igual que
la cultura. Al-Ándalus domina el comercio en el Mediterráneo occidental.
-A partir de
976 el califato entra en crisis. El general Al-Mansur (Almanzor) suplanta el
poder del califa y crea una dictadura militar, atacando repetidamente a los
reinos cristianos para conseguir el apoyo del ejército. A su muerte en 1002
comienza una guerra civil (2ª fitna),
aprovechada por los reinos cristianos para avanzar hacia el sur. En 1035 el
califato se deshace en los reinos de Taifas.
4-LOS REINOS DE TAIFAS.
-Hasta 26 pequeños reinos se fundan sobre las ruinas
del califato, luchando
entre ellos.
-Los cristianos
aprovechan la situación para conquistar territorios e imponer tributos (parias)
a las Taifas.
-A pesar de
ello es un periodo de apogeo económico y cultural.
5-LAS INVASIONES NORTEAFRICANAS.
-En 1085
Toledo es conquistada por los cristianos y las Taifas llaman en su ayuda a los almorávides. Éstos reunifican
Al-Ándalus y detienen el avance cristiano (batalla de Sagrajas), integrándola
en su imperio norteafricano. Prosperidad económica y ruptura cultural. Pronto
empieza la decadencia de los almorávides, y las rebeliones internas desembocan
en las:
-Segundas Taifas (1145-1175), que serán reunificadas por los almohades. Éstos crean un nuevo estado con capital en Sevilla, que
pronto gozará de gran prosperidad económica. Pero la presión cristiana irá en
aumento, y tras la victoria de las Navas de Tolosa acaban destruyendo el estado
almohade en 1223. Surgen las:
-Terceras Taifas. Finalmente sólo sobreviven los reinos musulmanes de Granada y Murcia, tributarios
de Castilla. Murcia es conquistada por Jaime I de Aragón, al tiempo que se
rechaza la última invasión norteafricana, la de los benimerines.
6-EL REINO DE GRANADA.
-La dinastía
nazarí consolida el reino de Granada, que sobrevive hasta 1492 gracias a su
hábil diplomacia a sus tributos en oro a Castilla. Las luchas internas son
constantes, pero se da una cierta prosperidad económica.
-Cuando
Granada pierde el contacto con las rutas del oro del Sudán y deja de pagar su
tributo de oro a Castilla, ésta desencadena la guerra final y en 1492 los Reyes
Católicos conquistan Granada.
LOS REINOS
CRISTIANOS EN LA ALTA EDAD MEDIA
1-PRIMER
PERIODO: LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS CRISTIANOS (S. VIII-XI).
1-1 EL REINO
ASTUR-LEONÉS
-Rápida caída del reino visigodo (pactos
de los musulmanes con la nobleza autóctona).
-Los fugitivos visigodos huyen a
Asturias y eligen como jefe a Pelayo, resistiendo los ataques musulmanes.
-Comienza la formación del reino
asturiano, gracias al escaso interés de los musulmanes por la zona y a la
estructura social. Las incursiones de los sucesores de Pelayo (Alfonso I) no
conquistan territorio, pero vacían casi todo el valle del Duero. Estos
territorios serán después repoblados. Comienza un proceso de señorialización y
conflictos sociales. Apoyo a la Iglesia, separación de ésta de Toledo y
creación de un centro espiritual en Compostela (Alfonso II). Este rey afianza
el reino con la conquista de Galicia, León y Castilla. Vinculación con el reino
visigodo.
-Crisis a la muerte del rey. Con Alfonso
III, y aprovechando la crisis de Al-Andalus, el reino astur-leonés se convierte
en la primera potencia peninsular. La línea del Duero se convierte en frontera
fortificada, repoblándose los territorios conquistados. El rey se convierte en
Imperator, y se habla ya de Reconquista. A su muerte el reino se divide entre
sus tres hijos.
-Comienza la ascensión de Castilla,
frontera oriental, poco poblada y peligrosa del reino leonés. Repoblada con
vascos occidentales que son colonos soldados agrupados en núcleos defensivos.
El crecimiento de Castilla en el siglo X permite a sus condes rebelarse contra
el rey de León.
-Reunificación de los reinos
leoneses con Ramiro II y ataques contra el Sistema Central. Los contraataques
de Abderramán III. La nueva frontera se fija en el Tormes. A su muerte…
-Aumenta el poder de la nobleza, y
Castilla se hace independiente de hecho. Derrumbe del reino leonés, que cae
bajo la tutela de Sancho III el Mayor de Navarra.
-Con Fernando I se unen León y
Castilla (1037).
1-2 LOS NÚCLEOS
ORIENTALES.
-Estos núcleos son más tardíos que
el astur, y surgen gracias a la intervención carolingia, con la conquista de
territorios en la zona pirenaica que convierten en Marca Hispánica. A la muerte
de Carlomagno estos territorios comienzan a independizarse del reino
carolingio, aunque la influencia cultural y religiosa franca será muy duradera.
1-2-1 CATALUÑA
-Wifredo el Velloso, conde de
Barcelona y otras zonas bajo mando carolingio, amplía sus territorios a costa
de los musulmanes. Construcción de monasterios.
-Independencia de hecho de los
carolingios (888). Desvinculación con la Iglesia franca.
-En principio los condados catalanes
no participan en la Reconquista, pero a partir de la segunda mitad del s. X
entran en coalición con los demás reinos cristianos. Surgimiento de una
industria y un comercio muy activos, entrada de influencias europeas e
hispanización. Cataluña, centro cultural del Occidente cristiano.
-La jerarquía feudal comienza a
cristalizar.
1-2-2 EL NÚCLEO VASCO Y NAVARRA
-En el País Vasco no existe
organización estatal, existiendo señores independientes. Con la dinastía Jimena
en Navarra el País Vasco entra a formar parte de este reino.
-Tras ser aliado en principio de los
musulmanes (alianza de los Arista con Banu-Qasi del Ebro), a partir de la
segunda mitad del siglo IX Navarra se alía con León.
-Nueva dinastía Jimena (905).
Ataques hacia el sur y conquista de grandes territorios. Navarra sufre mucho
con los ataques de Almanzor. Expulsión de los musulmanes de las zonas
conquistadas y reforzamiento de la monarquía, construcción de nuevos
monasterios.
-Con Sancho III el Mayor Navarra se
convierte a principios del siglo XI en la primera potencia peninsular. Penetran
en sus reinos influencias feudales y europeas. A su muerte se divide el reino,
y Navarra cae bajo la supremacía castellana.
1-2-3 ARAGÓN.
-A partir del Pirineo Central se
crea el condado de Aragón. Alianza inicial con los Arista y amistad con los
musulmanes.
-Influencia cultural visigoda y
llegada de mozárabes.
-Integración de Aragón en Navarra y
reconquista de territorios hacia el sur.
-Aragón se independiza en 1035 a la
muerte de Sancho III. Expansión hacia el Ebro.
2-SEGUNDO
PERIODO: EL AVANCE DEFINITIVO DE LA RECONQUISTA (S. XI-XV).
-En principio los reinos cristianos
sólo se expanden en épocas de debilidad de Al-Andalus. Pero con la
desintegración del califato (1031) en los reinos de Taifas marca el inicio del
gran avance cristiano, con el pago de parias por las Taifas.
-Con la reunificación de León y
Castilla por Alfonso VI (1072) la ofensiva hacia el sur toma Toledo y se fija
la frontera en el Tajo, repoblándose los territorios conquistados. La llegada
de los almorávides frena el avance. Fracaso de la unidad entre Castilla y
Aragón (boda de doña Urraca y Alfonso I el Batallador). Éste lanza una gran
ofensiva hacia el sur.
-Alfonso VII de Castilla y León
fortalece su reino y llega con sus ataques a la costa mediterránea. La llega de
los almohades vuelve a frenar el avance cristiano.
-Unificación de Aragón y Cataluña
con Ramón Berenguer IV. Sus avances y los de Portugal son detenidos por los
almohades.
-Cruzada contra los almohades
organizada por Alfonso VIII de Castilla. Victoria decisiva en las Navas de
Tolosa (1212). Fin del poder almohade en la Península.
-Segunda mitad del s.XII, España de
los cinco reinos: Portugal, Navarra, Cataluña-Aragón, Castilla y León.
Problemas de delimitación de las áreas de reconquista, solucionados mediante
pactos. Portugal y Aragón finalizan su reconquista.
-Con Fernando III el Santo se
reunifican definitivamente Castilla y León. Con la conquista de Sevilla sólo
les queda a los musulmanes el reino de Granada, que irá perdiendo territorios
hasta su definitiva conquista en 1492,
3-LA
REPOBLACIÓN Y SUS FORMAS.
-En la zona occidental se utiliza en
principio la presura y la repoblación monacal.
-A partir del siglo XI se emplea la
repoblación concejil., tolerándose en el área del Tajo a los habitantes
musulmanes.
-Desde mediados del siglo XII se
emplea la repoblación por las órdenes militares (en la zona entre el Tajo y el
Guadiana).
-A partir del siglo XIII,
repoblación nobiliaria, aunque prosigue la de las órdenes y la concejil.
-En la zona oriental se empleó en
principio la repoblación monacal, junto a la privada (aprissio) y a las cartas
pueblas otorgadas por los condes.
-En Aragón se otorgan repartimientos
a los conquistadores, respetando a la población autóctona.
-En Valencia se trata más de una
ocupación que de una repoblación.
-En Mallorca se expropia a los
musulmanes.
-En Murcia se utilizan repobladores
catalanes y aragoneses.
EL PROCESO REVOLUCIONARIO: LAS CORTES DE CÁDIZ
El levantamiento popular del Dos de Mayo de 1808 en Madrid y los
levantamientos que le siguieron por todo el país no eran sólo una reacción
patriótica a la ocupación extranjera. Su carácter popular era también una
respuesta a la incapacidad de la nobleza y del aparato del Estado en momentos
de grave crisis para España, y un intento de buscar y emprender reformas para la
mejora de la nación ante las malas condiciones socioeconómicas imperantes. Se
daba también una dicotomía entre las clases medias bajas y el pueblo por un
lado y las élites hasta entonces gobernantes por otro, hasta el punto que es un
hecho contrastado que la Guerra de la Independencia la hizo el pueblo, ya que
las autoridades políticas estaban plenamente integradas en el sistema
napoleónico.
Nos encontramos por tanto ante un divorcio entre el pueblo y las élites
gobernantes incluidas en el Antiguo Régimen. Las instituciones tradicionales de
gobierno, como la Junta de Gobierno dejada por Fernando VII tras su marcha a
Bayona o el Consejo de Castilla, no hicieron absolutamente nada por desarrollar
y encabezar la resistencia antifrancesa exigida por el pueblo. Más bien al
contrario, colaboraron con los franceses en la represión de los primeros
levantamientos, tanto por respeto a la legalidad del momento como por temor a
que el levantamiento popular acabase con su predominio social.
Pronto comienzan a organizarse nuevos centros de poder para gobernar el
país y resistir al invasor, surgidos de abajo a arriba y capaces de llevar a la
práctica los deseos del pueblo. Surgen así las Juntas de Defensa, primero
locales y después provinciales, que acabarán coordinando sus actividades en la
Junta Central Suprema Gubernativa de España y de las Indias, creada en Aranjuez
el 25 de septiembre de 1808. El poder en las Juntas de pequeño nivel estaba en
manos de los burgueses más liberales o de nobles partidarios de desarrollar amplias
reformas, e inmediatamente pusieron en marcha un auténtico proceso
revolucionario, mientras que todos los integrantes de la Junta Suprema Central
(a pesar del origen noble o eclesiástico de muchos de ellos) coincidían en la
necesidad de desarrollar una reforma profunda del sistema. De hecho la acción
de gobierno de la Junta Central tendrá dos objetivos básicos: la dirección de
la guerra contra los franceses, con el consiguiente mantenimiento de la
conciencia de unidad nacional, y la promoción de cambios revolucionarios que
transformasen el modelo de sociedad.
Así, y mientras se desarrollaba la guerra contra los ejércitos
napoleónicos, la revolución burguesa avanzaba paulatinamente. Ante la
coincidencia de todos los sectores sociales en ella representados sobre la
necesidad de llevar a cabo reformas profundas, el 22 de mayo de 1809 la Junta
Central Suprema convocó Cortes a las cuales los diversos sectores sociales
debían remitir informes con los problemas que les aquejaban. En enero de 1810
la Junta Central, desprestigiada por las derrotas militares, cedió sus poderes
a un Consejo de Regencia que debía continuar con los procesos militar y
político y que no era demasiado proclive a las reformas y a la reunión de las
Cortes, aunque las presiones que llegaban de todas partes la obligaron a ceder,
así como la evidencia de la creciente actividad política de los mandos
militares, que implicaba el riesgo de un cesarismo incontrolado en un momento
de guerra total. Las Cortes, que se habían convocado con carácter
constituyente, se reunieron en Cádiz, y su elección se realizó de tal forma que
rompieron la estructura territorial y estamental representativa del Antiguo
Régimen. Muchos de los diputados, que no pudieron llegar a Cádiz al estar la
ciudad rodeada por el ejército francés, fueron reemplazados por suplentes,
aunque el número de diputados nunca fue muy amplio. La mayor parte de ellos
pertenecía a las clases medias urbanas, siendo la representación eclesiástica
también numerosa. La mayoría de los representantes pertenecía al Tercer Estado,
aunque las clases más bajas, artesanos y campesinos, no tenían ninguna
representación.
Dentro de las Cortes se diferenciaban dos grandes grupos, el de los
absolutistas, que se oponían a cualquier reforma del sistema y que eran
predominantes en el Consejo de Regencia, y el de los liberales, partidarios de
cambios más o menos radicales. También podemos distinguir tres tendencias
políticas más definidas: los inmovilistas partidarios del Antiguo Régimen, que
no deseaban ningún cambio; los jovellanistas, que deseaban reformas pero no
cambios radicales en el sistema del Antiguo Régimen, en la línea del Despotismo
Ilustrado; y los liberales, quienes buscaban una transformación radical
intentando poner en pie el edificio jurídico y la estructura socioeconómica de
una sociedad burguesa.
Una de las primeras cuestiones que fueron abordadas por las Cortes de Cádiz
fue la de la libertad de imprenta. La propuesta de una libertad de imprenta muy
amplia presentada por liberales destacados como Muñoz Torrero, Argüelles y
Nicasio Gallego se encontró con la resistencia de los diputados absolutistas,
aunque finalmente fue aprobada en noviembre de 1810. Tan sólo se preveía la
posibilidad de establecer una censura previa en los escritos que trataran sobre
cuestiones religiosas.
Pronto se inició la que era la tarea prioritaria de las Cortes de Cádiz: la
elaboración de una Constitución. La primera cuestión, la de la soberanía,
dividió a la cámara en cuatro tendencias: la de los absolutistas, que defendían
que la soberanía residía en el rey, dado el origen divino de la monarquía
(Monseñor Quevedo); la de Jovellanos, que deseaba una soberanía regia limitada
y cambios, pero no ruptura; la tercera, dentro de la cual un grupo aseguraba
que la soberanía surgía de la nación, quien la delegaba en el rey, mientras que
otro grupo afirmaba que tras el levantamiento popular de 1808 el pueblo había
recuperado la soberanía (Muñoz Torrero); y la cuarta, que aseguraba que la
soberanía siempre había residido en el pueblo (Nicasio Gallego).
Esta última postura fue la que triunfó finalmente, estableciéndose en la
Constitución de 1812 que la soberanía reside en la Nación (art.3). Al mismo
tiempo se articulaba la división de poderes en ejecutivo (rey), judicial
(tribunales de justicia, aunque con las excepciones de las jurisdicciones
militar y eclesiástica) y legislativo (Cortes). La Corona quedaba muy limitada
por las Cortes, depositarias de la soberanía nacional, aunque se le dejaba
cierta capacidad legislativa junto a la ejecutiva. El rey nombraba a sus
ministros (Secretarios), quienes debían responder ante las Cortes, pero no
podían ser cesados por éstas. Se establecía asimismo un sistema administrativo
típicamente liberal y centralista. También se declaraba la religión católica
como única de los españoles. Se creaba también un ejército permanente y una
Milicia Nacional, ésta última separada de la cadena de mando militar y con el
objetivo de constituirse en cuerpo de defensa del Estado liberal.
La Constitución instauró un nuevo sistema electoral por sufragio indirecto
a tres niveles: universal en el nivel de parroquia e indirecto en los partidos
judiciales y provincias. El sufragio era en realidad censitario, ya que los
diputados debían contar con una renta de bienes propios y una residencia fija.
La Constitución de 1812 comenzaba con una declaración de los derechos del
hombre en la que se reconocía la igualdad de todos los españoles, el derecho de
petición o la libertad de imprenta, regulándose el derecho de propiedad y el de
libertad civil. Por tanto se había creado un nuevo marco político que rompía de
forma revolucionaria con las estructuras del Antiguo Régimen.
Pero las Cortes de Cádiz desarrollaron además una gran labor legislativa.
En primer lugar se abolieron los fueros, creándose un Estado centralista. Otra
medida que rompió el sistema del Antiguo Régimen fue la abolición de los
señoríos, aunque reconociéndose la propiedad de la tierra. Con ambas medidas se
conseguía la unidad jurisdiccional en detrimento de la multijurisdiccionalidad
propia del Antiguo Régimen.
En el ámbito social se tomaron medidas tendentes a crear una nueva sociedad
de tipo igualitario, en la que las diferencias entre los individuos se basasen
en la posesión de riquezas, y no en la sangre. La propia eliminación de los
señoríos jurisdiccionales y territoriales hacía desaparecer la sujeción feudal
que aún permanecía en el campo español, aunque en realidad se sustituía una
dependencia legal por otra económica. Lo que no se pudo por el momento eliminar
fue el mayorazgo. Se prohibieron también las pruebas de nobleza y todas las
muestras que contribuyesen a fomentar la desigualdad legal o la rivalidad de
clases. Como símbolo de una nueva situación de mayor libertad, las Cortes de
Cádiz suprimieron en febrero de 1813 la Inquisición.
Hubo también medidas revolucionarias y liberalizadoras en el ámbito
económico. En abril de 1813 se creaba la Dirección General de Hacienda, órgano
encargado de llevar a cabo las reformas con un objetivo doble: eliminar la estructura
económica del Antiguo Régimen, que impedía el desarrollo de las fuerzas
productivas del país, y crear un nuevo sistema fiscal carente de los
privilegios del anterior. En primer lugar se garantizó el pago de la totalidad
de la deuda del Estado, la mayor parte de la cual estaba en manos de la
burguesía. El pago de esta deuda se realizaría con los fondos provenientes de
la venta de tierras desamortizadas: tierras de los afrancesados, de la Iglesia,
reales, de propios y bandidos, municipales, etc. En junio de 1813 se tomaba la
medida económica más revolucionaria: el reconocimiento de la inviolabilidad de
la propiedad privada y de la libertad de disposición del propietario,
desapareciendo cualquier régimen jurídico que no se enmarcase en éste (tierras
amortizadas y vinculadas); con ello se creó una abundancia de oferta de
tierras. Se liberalizaron también el comercio de grano, las relaciones
laborales en el campo y los arrendamientos. Se permitió a los agricultores el
cercamiento de sus cultivos, al tiempo que se suprimían los derechos de la
Mesta. La ley de industria daba libertad para establecer fábricas sin ningún
tipo de licencia o permiso, al tiempo que se derogaban las ordenanzas gremiales
y se decretaba la libertad de oficio.
Por lo que se refiere a la reforma de la Hacienda, se creó una contribución
directa para todos los ciudadanos que sustituyese a las contribuciones
indirectas, pero no pudo ponerse en práctica al disolverse las Cortes antes de
implantarse el nuevo sistema impositivo.
En general las reformas económicas adoptadas liberalizaron todo el sistema
productivo. Pero su consecuencia más importante, junto a las medidas adoptadas
en todos los demás ámbitos, fue el ascenso de la burguesía a costa de la
pérdida de poder de los estamentos nobiliario y eclesiástico, por lo que en
realidad se trató más de una sustitución de clases en la cabeza de la sociedad
que una igualación de todas ellas. Sin embargo, la mayor parte de estas medidas
no pudieron entrar en vigor debido a los hechos que ocurrieron posteriormente.
También fue importante y abundante la legislación de tipo religioso emitida
por las Cortes de Cádiz. Por ella se legalizaba la intervención del Estado en
asuntos religiosos, intentándose además reformar la estructura y organización
de la Iglesia en España, y aumentar la escasa formación del clero.
Por el Tratado de Valençay (1813) Fernando VII firmaba una paz separada con
Napoleón y se acordaba la vuelta del rey a España, mientras que se constituían
Cortes ordinarias cuya elección agudizó los enfrentamientos entre absolutistas
y liberales. Pronto, de hecho, se producirían grandes cambios. Hay que destacar
en este período el carácter minoritario dentro de la sociedad española tanto de
los liberales como de los reaccionarios.
ABSOLUTISMO
FRENTE A LIBERALISMO. EVOLUCIÓN POLÍTICA DEL REINADO DE FERNANDO VII
1-EL PRIMER PERIODO ABSOLUTISTA
(1814-1820).
-A su vuelta del exilio en Bayona
Fernando VII, con el apoyo de un sector del ejército (Manifiesto de los Persas) y de buena parte del pueblo, suspende la
Constitución de 1812 y toda la obra de Cádiz, desencadenando la persecución de
los liberales.
-Se vuelve al sistema de gobierno
del Antiguo Régimen con algunos cambios (potenciación del poder del rey al no
restablecerse los señoríos) y se restaura el sistema de gobierno mediante
consejos y los privilegios, así como la Inquisición. No se sigue una línea
política definida.
-La hacienda se encuentra arruinada, y la situación empeora con la emancipación de las
colonias americanas y el cese de los envíos de plata. La agricultura está
destrozada tras la guerra, y la industria no levanta cabeza.
-La persecución de los liberales
(muchos de ellos héroes de la Guerra de la Independencia), la frustración por
la falta de mejoras y la censura hacen perder popularidad al rey.
-Se organiza la oposición al absolutismo: militares y burgueses organizan logias masónicas y
pronunciamientos a partir de 1814 para restaurar el sistema liberal, todos
ellos fracasados hasta que en 1820 triunfa el pronunciamiento de Riego, que
obliga a Fernando VII a aceptar la Constitución de 1812: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”.
2-EL TRIENIO LIBERAL O
CONSTITUCIONAL (1820-1823).
-Los liberales, constantemente torpedeados por el rey,
intentan aplicar la obra de Cádiz. Gran
actividad política (clubes, logias, periódicos).
-Creación de la Milicia Nacional
para defender el estado liberal y elecciones según el sistema de Cádiz.
-División de los liberales en moderados o doceañistas (que creen imprescindible
la colaboración del rey y que no desean aplicar la Constitución hasta sus
últimas consecuencias) y exaltados o veinteañistas (que opinaban todo lo
contrario).
-Durante los dos primeros años
gobiernan los moderados:
- Medidas económicas: supresión de mayorazgos y
vinculaciones, desamortización de tierras de propios y baldíos,
liberalización del mercado agrícola, reforma de la hacienda.
- Medidas religiosas: supresión de las órdenes
monásticas regulares, enajenación de bienes religiosos, reducción a la
mitad del diezmo, disolución de la Compañía de Jesús.
- Reformas en el ejército, la administración y la
educación.
-Las reformas benefician casi exclusivamente a los
grandes propietarios y a las clases acomodadas, por lo que el pueblo se aleja
del sistema.
-Los absolutistas empiezan a
organizarse, en especial tras la llegada de los liberales exaltados al poder en
1822, quienes aceleran la puesta en práctica de la obra de Cádiz.
-Constante obstruccionismo del rey,
levantamientos absolutistas y creación de una regencia en la Seo de Urgel. Los
absolutistas llaman en su ayuda a la Santa Alianza.
-El Congreso de Verona ordena a
Francia enviar un ejército contra la España liberal ante el contagio de sus
ideas a otros países. Los 100.000 hijos
de San Luís derrotan al gobierno liberal y restituyen a Fernando VII como
monarca absoluto.
3-LA DÉCADA OMINOSA (1823-1833).
-Fernando VII declara nulos todos los actos de
gobierno del Trienio. Se desencadena una feroz represión contra los liberales. Emigración masiva de éstos. A partir de 1825 se
suaviza la represión, en especial contra los liberales más moderados.
-Componente reformista novedoso: creación del Consejo de Ministros (1828), ajuste del
gasto a los recursos disponibles y elaboración de presupuestos, creación del
Ministerio de Fomento para impulsar la economía, proteccionismo, creación de la
Bolsa de Madrid. A pesar de ello, la hacienda sigue en bancarrota, mientras que
el rey no reconoce las deudas del Trienio, lo que cierra el acceso al crédito
exterior.
-Ante estas medidas los ultraabsolutistas comienzan a
organizarse alrededor del infante Carlos Mª Isidro y a desencadenar sublevaciones, como la de los
Malcontents (Revuelta de los Agraviados) en Cataluña en 1827. Se acusa al rey
de favorecer a los liberales y de ser su prisionero. También hay algunos
intentos de los liberales para derribar a Fernando VII.
-La falta de hijos del rey da lugar a un problema
sucesorio. En su cuarto matrimonio el rey
tiene por fin una hija en 1830, anulando unos meses antes la Ley Sálica
mediante la publicación de la Pragmática Sanción. Su hermano Carlos rechaza,
con el apoyo de los ultraabsolutistas, estas medidas que le alejan del trono.
El rey revoca la sanción (Conjura de la Granja) pero vuelve después a firmarla
y se proclama a la princesa Isabel Princesa de Asturias.
-Ante la presión carlista y el apoyo a Carlos de los
absolutistas los reyes comienzan a acercarse a los liberales (sobre todo a los moderados) para recabar su apoyo a
la princesa Isabel.
-El 29 de septiembre de 1833 muere
Fernando VII y el infante don Carlos llama a sus partidarios a la rebelión
armada (manifiesto de Abrantes). Comienza la I Guerra Carlista.
LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1832-1839)
A-EL
CARÁCTER DEL CARLISMO
El movimiento carlista es el resultado de la conjunción de una serie de
intereses y de ideas que, en su mayoría, están enraizadas en el sistema y en el
pensamiento político tradicionales del Antiguo Régimen. Su máxima, Dios,
Patria, Rey y Jueces, resume la alianza entre el Trono y el Altar típica de
una sociedad de origen feudal.
A estos elementos se suma la defensa de las libertades forales en algunos
territorios, como reacción al centralismo unificador que, aunque había
comenzado a desarrollarse a principios del siglo XVIII con la dinastía
borbónica, iba verificando una aceleración progresiva a medida que los
liberales captaban mayores cuotas de poder. Esta defensa de los fueros, más que
por iniciativa popular, estaba instigada por los grupos dominantes que basaban
su predominio precisamente en la existencia de dichos fueros, y su identidad
ideológica con el resto del carlismo tradicionalista no iba más allá de la
defensa de este interés común.
Otra de las bases del pensamiento carlista estriba en la defensa de la
religión tradicional y del poder de la Iglesia. Ésta había visto como su
importancia y su riqueza mermaban ante los constantes ataques que recibía de
los liberales (exclaustraciones, desamortizaciones), por lo que la Iglesia
católica (aunque no la mayoría de su alta jerarquía) se convertirá en una de
las bases más importantes del carlismo. De hecho, para la mayor parte de las
masas carlistas el núcleo de su credo político se basará en la defensa de dos
instituciones únicas: la Iglesia católica tradicional y la monarquía absoluta
legítima encarnada por el infante don Carlos.
A un nivel más subjetivo y profundo, el carlismo supone la contraposición
entre el mundo rural tradicional y el mundo urbano liberal cuya expansión se
hacía a costa del primero. Ni siquiera en sus feudos contó el carlismo con el
apoyo de ciudades de cierta entidad, siendo su carácter rural evidente. En un
contexto de cambio social y económico hacia el liberalismo, el carlismo no
podía soñar con volver hacia atrás la corriente de la historia, sino tan sólo
representar a aquellos sectores que más perdían con el avance de ésta y
organizar su postrera, aunque inútil, resistencia.
No hay que olvidar un factor muy importante en el proceso de formación del
movimiento carlista: la existencia de una lucha dinástica cada vez más abierta
entre el rey Fernando VII y su hermano, el infante Carlos María Isidro. Éste
último, absolutista de la vieja escuela, aspiró desde un principio a suceder en
el trono a Fernando, ante la falta de hijos de éste. Alrededor del infante se
irían agrupando de forma natural todos aquellos cuyas tendencias políticas
fuesen ultraabsolutistas, y que acusaban a Fernando VII de ser demasiado
abierto y de acercarse a los liberales. El nacimiento de la princesa Isabel
planteó además un problema de legitimidad, ante la no publicación de la
Pragmática Sanción por Carlos IV. La derogación de la Ley Sálica por Fernando
VII no fue nunca reconocida por su hermano Carlos, dado que le cerraba toda
posibilidad de convertirse él mismo en rey.
Como resumen podemos afirmar que el carlismo inicial era un credo negativo,
opuesto a las novedades liberales y cuyo mayor objetivo era (en palabras de los
propios carlistas) la eliminación de la canalla liberal y la batalla
contra la Revolución.
El núcleo fundamental de seguidores del carlismo estaba constituido por
campesinos, en especial del País Vasco, Navarra, Cataluña, la montaña levantina
y el Bajo Aragón, aunque también había campesinos carlistas en la fachada
cantábrica y en Castilla. Generalmente se ha calificado al carlismo como un
movimiento tradicional y fundamentalmente rural, que fue incapaz de imponerse
en las grandes ciudades durante las guerras carlistas. Pero no es menos cierto
que, cuando se celebraron por fin elecciones por sufragio universal a partir de
1869, ciudades como Pamplona o Bilbao, que antaño no pudieron ser tomadas por
los carlistas, votaron de forma mayoritaria a éstos.
B-LA
GUERRA
El día 1 de octubre de 1833 el infante don Carlos, exilado en Portugal,
proclamaba su derecho al trono (Manifiesto de Abrantes), e
inmediatamente se producían levantamientos carlistas en numerosos lugares. A
partir de estos levantamientos iniciales el movimiento carlista se extendió por
el País Vasco, Navarra, La Rioja y el Maestrazgo, acaudillado desde enero de
1834 por el general Tomás de Zumalacárregui. El movimiento carlista recibía su
apoyo en las regiones donde más vivo estaba el espíritu foral, donde los
campesinos gozaban de relativa independencia económica y donde el
tradicionalismo monárquico estaba más implantado.
En un primer período de la guerra los carlistas, tras proclamar como rey de
España al infante don Carlos, obtuvieron algunos éxitos (Artazu, Guernica),
pero no lograron tomar ninguna ciudad importante a pesar de la evidente
desorganización del ejército cristino debida a los continuos cambios de mando y
a la falta de recursos que paralizaba las operaciones. En un principio los
carlistas actuaron mediante partidas guerrilleras mal organizadas, pero el
general Zumalacárregui levantó a partir de éstas un verdadero ejército de entre
20.000 y 30.000 hombres, capaz de enfrentarse a las tropas regulares cristinas.
Ambos bandos se dedicaron inicialmente a limpiar de enemigos las zonas que
controlaban, mientras que los carlistas ponían en pie la estructura
administrativa de un nuevo Estado en sus territorios; pero, como ya hemos
visto, las zonas urbanas resistieron el empuje carlista. Además la muerte de
Zumalacárregui en el primer sitio de Bilbao (julio de 1835) supuso un duro
golpe para los carlistas.
En un segundo período la toma del mando del ejército cristino por Espartero
significó el acrecentamiento de la eficacia de éste, que consiguió levantar el
segundo sitio de Bilbao. A pesar de algunas victorias en el Maestrazgo la
posición carlista se resintió, sobre todo tras la Expedición Real (octubre de
1837) a Madrid y su fracaso. Los intentos fracasados del ejército carlista de
extender las operaciones más allá de sus feudos y la extensión de la lucha
guerrillera tradicionalista marcarán esta etapa.
En el tercer período de la guerra las divisiones internas en el carlismo
llevaron a una escisión entre los moderados (transaccionistas) partidarios del
pacto y liderados por el general Maroto, y los apostólicos (extremistas) del
general Cabrera. Esta división, que se zanjó de forma sangrienta con el
predominio de los moderados, restó fuerza al carlismo, que sufrió además varias
derrotas en el campo de batalla. Por otra parte su base de apoyo menguaba ante
la imposibilidad de extenderse más allá de sus feudos tradicionales, mientras
que los recursos del ejército cristino no hacían sino aumentar. Ante esta
situación, el 31 de agosto de 1839 los generales Espartero por los cristinos y
Maroto por los carlistas moderados firmaron la paz con el Convenio (abrazo) de
Vergara, por la que cesaba la guerra en el País Vasco. Dicho Convenio
salvaguardaba tanto la paga y los ascensos de los oficiales carlistas como los
fueros vascos, reconociendo a cambio los carlistas moderados a Isabel II como
reina legítima.
No obstante don Carlos no reconoció el acuerdo y prosiguió la guerra apoyado
en las fuerzas apostólicas de Cabrera, en las zonas de Lérida y Navarra. Pero
en julio de 1840 las últimas tropas carlistas eran derrotadas.
EVOLUCIÓN
POLÍTICA EN EL REINADO DE ISABEL II. LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL.
1-LA
DÉCADA MODERADA (1843-1854)
-Isabel II es declarada
reina (13 años)
-Intentos de formar
gobiernos progresistas (Olózaga)
-Gobierno moderado de
Narváez, casi dictatorial Inestabilidad política
Consolidación del liberalismo
-Constitución de 1845.
Liberalismo doctrinario.
Ampliación de las prerrogativas reales
Unión Iglesia-Estado
Senado de elección real
Soberanía compartida
Sufragio censitario muy limitado
-Implantación del
liberalismo.
Centralización. Nuevo sistema impositivo
(Mon)
Centralización. Unificación y codificación
legal
Establecimiento de la censura
Control estatal y centralización de la
educación
Concordato de 1851
Creación de nuevos ministerios.
Funcionariado moderno
-Ecos de la Revolución de 1848 y endurecimiento de la
dictadura de Narváez. Disensiones entre los moderados. Escándalos por
corrupción (Bravo Murillo). La inestabilidad y el malestar desencadenan la:
-Vicalvarada (1854), seguida
del Manifiesto del Manzanares. Apoyo popular y militar, de los progresistas y de buena parte
del moderantismo. Gobierno Espartero-O'Donnell.
2-BIENIO
PROGRESISTA (1854-1856)
-Inestabilidad política.
-Restauración de la
Constitución de 1837.
-Ahondamiento de la
implantación del sistema liberal:
Desamortización (Ley
Madoz).
Libertad de movimientos
para los ciudadanos.
Expulsión de los jesuitas.
Leyes económicas.
-Elaboración de una nueva
Constitución de tipo progresista (1856, no promulgada).
-Deterioro de las
relaciones O'Donnell-Espartero. Conflictividad social y desórdenes. Dimisión de Espartero.
3-SEGUNDO
PERIODO MODERADO (1856-1868)
-Prosigue la instauración
del sistema liberal.
-Reestablecimiento de la
Constitución de 1845.
-Poder: moderados,
unionistas, progresistas (éstos sólo a nivel municipal).
-Oposición: demócratas,
carlistas.
-Centralismo.
-Legislación financiera. Estabilidad económica (obras
públicas, ferrocarriles)
-Actuaciones exteriores:
Marruecos, Pacífico, Méjico, Indochina.
-Crisis del sistema:
Ruptura entre moderados y
unionistas.
Pacto de Ostende (1866,
progresistas-demócratas)
Crisis económica de 1864.
Arbitrariedades de la reina
(camarilla).
Muerte de Narváez y
O'Donnell.
Alianza antidinástica:
progresistas, unionistas, demócratas.
4-LOS
GRUPOS POLÍTICOS Y EL PAPEL DEL EJÉRCITO
La necesidad de la regente de apoyarse en los liberales y la derrota de los
absolutistas en la primera guerra carlista hicieron posible la implantación del
sistema político liberal en España. Este sistema, basado en la soberanía
nacional, la Constitución, las Cortes elegidas por sufragio y la uniformización
y centralización administrativas fue distintamente interpretado por los dos
sectores en los que el liberalismo se había escindido: moderados y
progresistas. Ambos partidos eran burgueses, y no existían en aquel entonces partidos
que representasen a otros sectores de la sociedad.
Las filas de los moderados estaban compuestas por los sectores
económicamente más poderosos del liberalismo español (especialmente por los
grandes propietarios agrícolas), por numerosos aristócratas y por altos
funcionarios del Estado. Posteriormente engrosarían sus filas gentes
pertenecientes a las clases medias que veían con temor el radicalismo de
algunos sectores de los progresistas. Sus referentes ideológicos se encontraban
en Jovellanos, en los doctrinarios franceses y en la Constitución inglesa. Los
moderados propugnaban una soberanía nacional conjunta en la Corona y las
Cortes. La Corona tendría un carácter de moderador en los conflictos que
pudiesen surgir entre el legislativo (Cortes) y el ejecutivo (gobierno),
pudiendo decidir sobre la disolución de las Cortes o la sustitución del
presidente del consejo. Siempre fueron partidarios de unas Cortes bicamerales,
con un Senado elegido por la Corona entre las élites del país que actuase como
freno a las leyes que les perjudicasen. También deseaban el control de la vida
municipal por la Corona.
Para los moderados, quienes creían que el valor del hombre se medía por su
riqueza, el sufragio debía ser censitario. Hacían especial hincapié en el orden
público, y utilizaban sin escrúpulos los recursos de los que disponían desde el
poder para amañar los resultados de las elecciones. En cuanto a los derechos y
las libertades, tendían siempre a limitarlos, en especial el de imprenta. Dadas
las atribuciones que le otorgaban, la Corona estuvo en este período al lado de
los moderados. Naturalmente su acción de gobierno benefició claramente a los
sectores a los que representaba, lo cual significaba optar por el
proteccionismo, los impuestos indirectos, etc.
El partido progresista representaba la tendencia reformista que beneficiaba
especialmente a los grandes financieros e industriales, y obtenía también apoyo
de las clases medias. Los progresistas defendían que la soberanía residía en
unas Cortes elegidas por un sufragio más amplio (aunque no universal) y
depositarias de la capacidad legislativa en exclusiva. No aceptaban el poder
moderador de la Corona, aunque sí su derecho a disolver las Cortes. Para los
progresistas éstas debían tener estructura bicameral, pero el Senado debía
formarse por elección y por un tiempo limitado. Defendían también una amplia
libertad de prensa y no se interesaban tanto por el mantenimiento del orden
público. Propugnaban una mayor autonomía de los poderes locales. Del ala
extremista de los progresistas surgió el partido demócrata, defensor del
sufragio universal y de la concesión de amplias libertades.
El progresismo, dado el control de las elecciones por el gobierno y el
apoyo de la Corona a los moderados, sólo pudo llegar al poder mediante
pronunciamientos o levantamientos, utilizando la abstención como forma de
protesta electoral. Al contrario que los moderados, los progresistas eran
partidarios del librecambismo y del predominio de los impuestos directos, como forma
de favorecer la expansión industrial y comercial.
El papel del ejército en esta época fue fundamental. Desde la guerra
carlista los verdaderos resortes del poder político pasaron a manos de los
espadones, caudillos militares que forzaban cambios de rumbo político mediante
pronunciamientos. De hecho el ejército se había convertido en la fuerza más
importante y poderosa dentro del Estado liberal, y en la única institución
sólida y dotada de continuidad que existía en su seno, por lo que todas las fuerzas
políticas recurrían a él siempre que intentaban forzar un cambio en el poder.
No existía una línea política definida en el ejército, saliendo de sus filas
tanto generales progresistas como moderados. Por ello no se puede decir que el
ejército como institución participase en política, sino que eran sus miembros,
a título individual, los que lo hacían. Eso sí, utilizando los recursos
militares para llegar a ella o acceder al poder.
LOS CAMBIOS EN LA ESTRUCTURA ECONÓMICA: LAS
DESAMORTIZACIONES
El período durante el cual ocupó el trono la reina Isabel II supuso, a
pesar de la inestabilidad política que hemos analizado, el final de la
estructura económica del Antiguo Régimen y el desarrollo y estabilización de
una sociedad de tipo liberal-burguesa, cuya base económica es el capitalismo.
Esta transformación se desarrollaría de manera progresiva a través de la
actuación de las distintas fuerzas políticas que ocuparon el poder en esta
etapa.
A-LA NUEVA
ESTRUCTURA DE LA PROPIEDAD
Una de las diferencias fundamentales entre la estructura económica
tardofeudal y la del liberalismo capitalista radica en la libertad de
disposición de sus bienes por parte del propietario. En España la principal
fuente de riqueza, la tierra, se encontraba en su mayor parte en manos de las
clases dirigentes, las cuales, durante siglos, habían propiciado el desarrollo
de un marco jurídico que impedía la movilidad de las propiedades: eran las
tierras vinculadas y amortizadas.
El acabar con este sistema de propiedad, que impedía como ya hemos visto el
avance de la agricultura y, por tanto, de toda la economía española, era una
vieja aspiración de muchos gobernantes españoles. Pero ello resultó poco menos
que imposible durante mucho tiempo, dado que los propietarios de esas tierras,
aristocracia y clero, eran los grupos dominantes de la sociedad, basando
precisamente su dominio en la posesión de dichas tierras según el sistema
tardofeudal. Tan sólo cuando el predominio social de estos grupos comenzó a
declinar fue posible iniciar la tarea de liberar la propiedad de las trabas
feudales.
La primera desamortización de tierras la realizó Godoy, mediante la
expropiación (con indemnización) de una parte de los bienes de la Iglesia, los
cuales fueron después vendidos, aunque su producto tuvo que dedicarse a
sufragar las campañas militares. Poco después, ya durante la guerra, tanto el
gobierno de José Bonaparte como las Cortes de Cádiz realizaron nuevas
desamortizaciones de bienes eclesiásticos, aunque la restauración del
absolutismo por Fernando VII acabó de momento con el proceso desamortizador.
Éste sería retomado por el Trienio Liberal, ampliándose la desamortización a
los bienes de propios y baldíos, pero nuevamente se detendría tras la invasión
absolutista francesa de 1823, obligándose incluso a la devolución de las
tierras compradas provenientes de la desamortización.
A partir de 1833 el proceso desamortizador se aceleró. En medio de una
guerra civil el arruinado Estado necesitaba desesperadamente fondos con los que
mantener la lucha. Además el apoyo de la Iglesia al carlismo había extendido un
sentimiento anticlerical entre la población, por lo que la expropiación de
bienes eclesiásticos era una medida popular.
Por tanto los gobiernos liberales de la década de 1830 reiniciaron de forma
progresiva el proceso desamortizador. En 1834 se confiscaban los bienes de los
conventos destruidos, en 1835 se devolvían las tierras confiscadas a quienes
las habían comprado durante la desamortización del Trienio y en 1836 se decretaba
la exclaustración general. Todo ello aumentó la oferta de tierras de forma
significativa.
En este mismo año se publicaba la primera gran ley desamortizadora del
siglo, la de Mendizábal, que se centraba básicamente en la desamortización
eclesiástica. Por ella se declaraban en venta todos los bienes pertenecientes
al clero regular, destinándose el producto de dicha venta a amortizar la deuda
del Estado. En 1837 se ampliaba el proceso desamortizador a parte de los bienes
del clero secular. El proceso desamortizador se aceleró a partir de 1838, y en
1841 se incluían en él los bienes restantes del clero secular. Cuando en 1844
los moderados llegaron al poder se detuvo el proceso, aunque garantizaron la
validez de las ventas ya realizadas. En general las desamortizaciones suponían
la expropiación de las tierras de la Iglesia (comprometiéndose el Estado al
sostenimiento de los gastos del clero y el culto) y su venta en subasta
pública. Los adquirientes de lotes de tierra podían pagarlos en efectivo
(aunque a plazos) y con títulos de la deuda pública.
Las consecuencias de este proceso desamortizador fueron amplias. El 62% de
las tierras de la Iglesia fueron expropiadas y vendidas, lo que produjo una
fuerte transferencia de la propiedad agraria y proporcionó al Estado unos
ingresos de casi 3.300 millones de reales. Pero esta transferencia de propiedad
no supuso una excesiva alteración de la estructura de la misma, ya que los
compradores fueron en su mayoría grandes propietarios y burgueses que pagaban a
plazos y con títulos de la deuda depreciados (cuyo valor real de cotización era
apenas 1/5 del valor nominal), lo que les suponía un negocio redondo en
perjuicio del Estado. Éste realizaba el proceso desamortizador por motivos
básicamente recaudatorios, por lo que no se llevó a cabo ningún reparto de
tierras entre los campesinos pobres; además los lotes de tierra subastados
solían ser de gran tamaño, por lo que sus precios (aunque más bajos que los de
mercado) estaban fuera del alcance de los campesinos pobres o de los medianos
propietarios. En resumen, no se trató de una reforma agraria, y los pequeños
campesinos y los jornaleros no obtuvieron ningún beneficio del proceso (al
contrario), por lo que éste acabó significando una mayor concentración de la
propiedad en pocas manos y un aumento del latifundismo.
La deuda del Estado siguió siendo grande, pero su monto total experimentó
un descenso de aproximadamente un tercio, lo que alivió en algo la situación de
la Hacienda. Además las propiedades desamortizadas, exentas hasta entonces de
impuestos, se convertían ahora en sujetas a tributación, por lo que aumentaron
los ingresos del fisco. Lo que no aumentó fue la productividad agrícola, ya que
los nuevos propietarios no desarrollaron una inmediata política de modernización
de sus nuevas propiedades, sino que prosiguieron con la explotación mediante
contratos de arrendamiento a los pequeños campesinos.
Similares consecuencias en cuanto al injusto acceso a las propiedades
desamortizadas tuvo la venta de bienes inmuebles urbanos, la mayor parte de los
cuales fueron acaparados por las clases poderosas, en especial los edificios de
calidad del centro de las ciudades.
La segunda gran oleada desamortizadora tiene su origen en la Ley Madoz de
1855, promulgada durante el Bienio Progresista. Por esta ley se permitía la
venta mediante subasta de todos aquellos bienes amortizados que aún quedaban en
el país: propiedades rurales y urbanas pertenecientes a la Iglesia, el Estado,
los propios y baldíos de los municipios, etc. La ley se aplicó con celeridad, y
entre 1855 y 1856 se vendieron propiedades por valor de 8.000 millones de
reales, debiéndose realizar el pago en efectivo, aunque se podía hacer a
plazos. Con esta segunda desamortización, cuyo producto se destinó a terminar
con la deuda, se eliminó la propiedad comunal y lo que restaba de la
eclesiástica. Los principales afectados fueron los campesinos, produciéndose
también la ruptura de las relaciones con la Iglesia al violarse el Concordato
de 1851.
Entre ambos procesos de desamortización se transfirió la propiedad de un
20% de la superficie del país, lo que significaba una proporción aún mayor de
las tierras cultivables. Los principales beneficiados, los burgueses urbanos,
se convirtieron en terratenientes y pasaron a formar una nueva clase dominante
de propietarios rurales junto a la aristocracia terrateniente tradicional.
Simultáneamente al proceso desamortizador, durante la década de 1830 se
llevó a cabo una labor legislativa tendente a desmontar la estructura legal de
la propiedad y de la economía del Antiguo Régimen. En 1836 un decreto declaraba
abolidos los mayorazgos y cualquier otro tipo de vinculación de la propiedad.
En 1837 se eliminaba el régimen jurisdiccional y los derechos señoriales,
aunque reconociéndose la propiedad de las tierras. En la práctica con esta
medida se introducían las leyes de mercado en la producción agrícola, en
especial en las relaciones entre propietarios y asalariados. La ampliación de
la liberalización de la producción agraria había comenzado ya el año anterior,
con la instauración de la libertad de cercamientos y la desregulación de la
comercialización de la producción agraria.
Dentro de este proceso de liberalización se decretó en 1834 la prohibición
de la formación de nuevos gremios, mientras que se declaraba ilegal toda norma
o reglamento que limitara la libertad de fabricación o de comercialización de
la producción. En 1836 se decretaba la libertad de industria, complementada en
1841 con la supresión de las aduanas interiores que aún quedaban (con las
regiones forales) y se limitaban los fueros vascos. Se fomentaba de esta forma
la creación de un verdadero mercado nacional integrado.
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. EL IMPACTO DEL FERROCARRIL
A-REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
-Retraso evidente durante todo
el siglo XIX de la industria española con respecto a los países punteros en
Europa, aunque matizable según los sectores. El mercado español estaba poco
articulado y su capacidad adquisitiva, debido a los bajos salarios, era mínima,
por lo que la industria de artículos de consumo no podía depender de él para su
desarrollo. El escaso desarrollo de la industria de bienes de consumo implicaba
a su vez una industria de bienes de equipo débil, ya que la demanda de
maquinaria era igualmente escasa. No se puede negar, no obstante, que se
produjera un crecimiento de la industria, alcanzando éste un promedio del 4%
anual entre 1835 y 1860. Pero fue un crecimiento insuficiente y muy inferior
cualitativa y cuantitativamente al de otros países europeos.
Para empeorar esta situación la competitividad de los productos españoles
era baja, y se veía empeorada por la deficiente red de transportes, lo que
favorecía las importaciones en las zonas costeras que contaban con buenos
puertos. Para controlar las importaciones se desarrolló una política
arancelaria proteccionista, que si bien en un principio protegió la producción
nacional, a la larga provocó el anquilosamiento tecnológico y la caída de la
competitividad de la industria española.
‑El sector textil.
La industria textil se concentró paulatinamente en Cataluña, atrayendo el
textil lanero y el sedero, junto al tradicional algodonero. Su desarrollo
comenzó ya a principios del siglo XVIII, pero siempre tuvo que enfrentarse a un
grave problema de competitividad con respecto a las manufacturas inglesas.
-Desde el siglo XVIII comienza el desarrollo de una industria textil
moderna en Cataluña.
-Grave impacto de la pérdida de las colonias americanas en el textil
algodonero catalán.
-A partir del segundo tercio del siglo XIX comienza la mecanización
decidida (selfactinas). Inversiones, concentración empresarial y fuerte aumento
de las importaciones de algodón.
-Levantamiento progresivo de un sistema proteccionista para favorecer al
textil catalán, con la creación de un mercado reservado.
-El sector se vio muy afectado por la crisis de 1864 y la escasez de
algodón debida a la Guerra de Secesión estadounidense, aunque seguía siendo el
más avanzado de la industria española.
-“Fiebre del oro”. Fuerte expansión del textil catalán entre 1875 y 1882,
seguida de una fuerte crisis. Tras el Arancel de 1891 el sector queda como
dueño absoluto del mercado interior, tanto metropolitano como colonial.
-Tras la derrota en la guerra de Cuba, el textil catalán pierde el 17% de
su mercado.
‑La siderurgia.
El desarrollo de la siderurgia fue mucho más lento y tardío que el del
sector textil. La falta de demanda del sector agrícola y del industrial, así
como el permiso para importar material ferroviario, hicieron que la demanda de
hierro fuese incapaz de impulsar su desarrollo. A ello se sumaba la escasez y
mala calidad del carbón nacional.
-Inicialmente el centro de la siderurgia española se encontraba en el sur
de la península, especialmente en la zona de Málaga. Utilizaba carbón vegetal y
producía hierro y acero de gran calidad, pero al doble de precio que el
británico.
-Desde la mitad del S. XIX comienza el traslado de la siderurgia española
desde el sur hacia el norte, en especial a Asturias, con una fuerte presencia
de capital extranjero.
-Paulatinamente la siderurgia vasca se convierte en la más importante de
España, gracias a los capitales obtenidos de la exportación de hierro a Gran
Bretaña y, en menor medida, a Alemania, que servían además para comprar carbón
británico de gran calidad y bajo coste, que era traído por los mismos barcos
que transportaban el hierro en su viaje de vuelta.
-El desarrollo de la siderurgia y de la minería de hierro vino acompañado
de la construcción de las infraestructuras necesarias para estas actividades,
como ferrocarriles, carreteras o el puerto de Bilbao, y por la ley de la
concentración industrial atrajo la instalación de otras empresas
transformadoras, tanto auxiliares como complementarias (navieras,
transformaciones metálicas). Igualmente decisivo para el desarrollo industrial
vasco fue el surgimiento de una banca moderna que permitiese la financiación
fluida de las operaciones industriales. Todo ello animado por el creciente
proteccionismo frente a la competencia exterior.
‑La minería.
El sector que mayor crecimiento registró en este período fue la minería.
Pero este crecimiento fue posible gracias a la inversión de capitales
extranjeros y al aporte de tecnología foránea, en especial tras la Ley de Minas
de 1868. Los empresarios nacionales carecían de capital y tecnología para
continuar con la explotación de los yacimientos de los que hasta entonces
habían extraído mineral, por lo que fueron las empresas extranjeras quienes se
hicieron cargo de dicha explotación. La explotación de minerales como el plomo,
el cobre, el cinc o el mercurio estaba prácticamente en su totalidad en manos
extranjeras, sobre todo inglesas, francesas y belgas. Salvo sectores muy
concretos (como el hierro vasco, en el que los capitales extranjeros llegaron a
acuerdos con los empresarios locales) los beneficios de la minería española
(cuya producción se multiplicó en algunos sectores por diez) fueron a parar al
extranjero, aunque las exportaciones mineras sirvieron para equilibrar algo la
deficitaria balanza comercial, además de introducir en el país nuevos métodos y
tecnologías extractivas.
‑El fracaso de la Revolución Industrial en España.
Después de lo visto hasta ahora podemos decir que se produjo un crecimiento
industrial evidente, al menos en los sectores textil y siderúrgico. Sin embargo
este crecimiento resultaba menos que modesto en comparación con el registrado
en otros países europeos. En España no se produjo la fase de despegue con
fuertes inversiones industriales durante un período prolongado, y ello por varias
razones.




Sin embargo, y a nivel de la economía en general, el insuficiente
desarrollo industrial puso al menos las bases sobre las cuales se asentaron los
grandes cambios que verificó la economía española ya en el siglo XX.
C-EL
DESARROLLO DE LA RED FERROVIARIA Y DE TRANSPORTES
El primer ferrocarril peninsular unió las poblaciones de Barcelona y Mataró
en 1848. Las primeras líneas, muy escasas, enlazaban lugares cercanos entre sí
y con un intenso tráfico (Madrid-Aranjuez, cuenca minera-Gijón).
Con la aprobación en 1855 de la Ley General de Ferrocarriles se intentaba
impulsar la construcción de una red ferroviaria moderna, poco menos que
paralizada hasta entonces. Esta ley era muy favorable a los posibles
adquirientes de las concesiones, por lo que rápidamente se formaron grupos que
optaron a la construcción y explotación (mediante concesiones por 99 años y
franquicias de importación de material) de una red ferroviaria que había sido
diseñada de forma radial partiendo de la capital. Los capitales franceses
afluyeron con rapidez, creándose en unión de capitales españoles tres grandes
compañías: la del Norte, la MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante) y Ferrocarriles
Andaluces.
En apenas diez años (1855-1865) se multiplicó por diez la red ferroviaria
española, quedando ya delimitada en sus líneas básicas. Este rápido desarrollo
atrajo buena parte de la inversión financiera interna de este período, tanto
privada como del Estado, y muchas entidades financieras se comprometieron
fuertemente en este desarrollo. Hasta el punto de que, cuando algunas de las
líneas se mostraron claramente deficitarias y las compañías ferroviarias se
vieron en dificultades, la crisis se extendió rápidamente (como ya vimos) al
sector financiero, determinando la caída de muchas de estas entidades durante
el período 1864-66. A partir de esta crisis se frenó la construcción de la red
ferroviaria casi por completo, y no sería retomada, aunque de forma mucho más
lenta, hasta 10 años después.
El ferrocarril duplicó su red entre 1875 y 1900, alcanzándose
los 11.000 Kms y finalizándose prácticamente ésta. Las regiones que hasta
entonces habían permanecido aisladas (como Galicia y Asturias) fueron
conectadas a la red principal. Existían numerosas pequeñas compañías
ferroviarias, pero tres de ellas (MZA, Ferrocarriles Andaluces y Compañía del
Norte, todas de capital mayoritariamente francés) copaban el 90% del sector
ferroviario español.
La construcción del ferrocarril en España no tuvo en principio sobre la
economía nacional los efectos que se habían observado en otros países. La
siderurgia apenas se benefició de ella, y el sector financiero se vio incluso
afectado por su rápido desarrollo. Pero la construcción de una red de
ferrocarriles modernos, aunque su planificación y estructura fueran
deficientes, era una condición indispensable para garantizar el futuro
desarrollo de la economía española y para modernizar el país.
El
desarrollo de la red ferroviaria en el último cuarto del siglo XIX, aunque tardío
e insuficiente, tuvo fuertes repercusiones económicas en muchas zonas. Así
algunas regiones hasta entonces mal comunicadas, como Galicia, ampliaban los
mercados para sus producciones. Otras, como el valle del Duero, vieron como su
producción vitivinícola era sustituida en los propios mercados castellanos por
los caldos mucho más baratos procedentes de La Mancha y Cataluña, que podían
ser transportados ahora con rapidez y a bajo coste gracias al ferrocarril.
También la industria siderúrgica se vio beneficiada por el desarrollo del
ferrocarril en el último cuarto del siglo XIX, ya que el creciente
proteccionismo obligó a las compañías ferroviarias a hacer buena parte de sus
pedidos a la siderurgia nacional.
Durante el siglo XIX se realizó un considerable esfuerzo para reparar y
mejorar la red de carreteras del país. Hasta 1840 apenas se pudo llevar a cabo
la conservación y reparación de los caminos destrozados por dos grandes
guerras. Pero desde 1841 se iniciaron nuevas construcciones que prefiguraban ya
la red posterior y que consiguieron doblar la longitud de las carreteras entre
1833 y 1855; desde este último año hasta 1870 la red volvió a doblarse. Los
medios de transporte, no obstante, eran prácticamente los mismos que un siglo
antes, y se basaban en vehículos de tracción hipomóvil, en los arrastrados por
bueyes y mulas y en los caballos. El medio más utilizado para el transporte
colectivo de viajeros era la diligencia, que comenzó a retroceder cuando se
desarrolló el ferrocarril. Como resumen podemos decir que, aunque se realizó
una notable mejora de la red de carreteras, faltaba un tipo de vehículo capaz
de aprovechar esa mejora de forma suficiente.
EL
SEXENIO DEMOCRÁTICO
EVOLUCIÓN POLÍTICA
-1868: Revolución.
-Causas:
-políticas
(descrédito, falta de apoyos de la monarquía)
-económicas
(crisis económica de 1864)
-sociales
(paro, miseria, represión contra el pueblo)
-Pronunciamiento
en Cádiz (18-9-1868, Prim, Topete), apoyado por la Unión Liberal), al que se
unen las Juntas, los campesinos andaluces y los grandes financieros e
industriales. Derrota de los isabelinos y huida de la reina. Gobierno
provisional (Serrano)
-1869:
Constitución. El gobierno está dominado por los progresistas más moderados, pero
necesita el apoyo de los demócratas. Democratización del sistema, dinamización
de la vida política. La nueva Constitución, de tipo monárquico, es la más
democrática y avanzada que ha tenido España hasta entonces.
-Monarquía constitucional.
-Libertad
de imprenta, de expresión, de cultos, enseñanza, de residencia y movimientos.
-Inviolabilidad
del domicilio y la correspondencia.
-Derecho de asociación y reunión.
-Sufragio universal masculino.
-Soberanía
nacional: poder legislativo en exclusiva para las Cortes, responsabilidad
ministerial, sistema bicameral, independencia judicial.
-1870:
Amadeo de Saboya, elegido rey. Débil base de apoyo (personalismos,
asesinato de Prim, rechazo de
carlistas y republicanos, auge de los alfonsinos). Derechización del régimen e
inestabilidad política. Aumento del rechazo a la dinastía (tanto popular como
de las élites, los grupos progresistas y la Iglesia). Problemas en Cuba y 3ª
guerra carlista. Hastiado, Amadeo I abdica (10-2-1873).Se proclama la
República.
-1873-74: I República. Evolución lógica de la Revolución.
-Primer
gobierno (Estanislao Figueras). Coalición republicanos-demócratas
radicales. Crisis de gobierno y elecciones ganadas por los republicanos
(fortísima abstención). Aumenta la oposición a la República (en la que se
incluyen los partidos de la Gloriosa). Los republicanos se quedan solos.
-9 de
junio: nuevo gobierno de Pi y Margall (de signo federalista).
Enfrentamientos federalistas-unitaristas y levantamientos cantonalistas.
Elaboración de una nueva Constitución (1873), no promulgada. Desintegración del
ejército y posicionamiento de los militares contra la República.
-18 de
julio: nuevo gobierno Salmerón, unitarista radical. Represión del
cantonalismo.
-7 de
septiembre: gobierno Castelar, quasidictatorial. Ilegalización del
federalismo, lucha contra el carlismo. Política de restauración del orden,
momentáneamente apoyada por las clases poderosas y los militares.
Distanciamiento popular.
-1874:
2 de enero: Castelar destituido. 3 de enero: golpe del general Pavía.
Gobierno del general Serrano. Eliminación del cantón de Cartagena y ofensiva
contra los carlistas. Cánovas agrupa a los partidarios de la restauración
borbónica (alfonsinos), reforzados por el Manifiesto de Sandhurst.
-29 de
diciembre: pronunciamiento de Martínez Campos. Serrano se exilia y se forma
el gobierno Sagasta, que acepta la Restauración. Ministerio-Regencia de Cánovas:
fin de la I República.
EL SISTEMA POLÍTICO CANOVISTA
LOS
PARTIDOS DINÁSTICOS
A pesar de que el sistema político de la época de la Restauración ha sido
muy criticado, el objetivo de su creación era más que lícito: civilizar la
política española y acabar con la desmesurada importancia política del
ejército, sustituyendo el pronunciamiento y el enfrentamiento político continuo
por el acuerdo entre los partidos para la alternancia en el poder. No obstante
esta alternancia, como veremos, no podía basarse en la voluntad soberana del
pueblo, sino en la decisión del monarca (aconsejado por la dirigencia
política), convertido en árbitro supremo de la vida política. Una vida política
que tiene su manual de reglas de juego en la Constitución de 1876.
El sistema se articula en dos partidos: el conservador de Cánovas del
Castillo y el liberal de Sagasta. No eran partidos de masas, ni siquiera de
cuadros, sino de notables o parlamentarios, y su implantación en el país se
reducía prácticamente a la cúpula en Madrid. Estos partidos estaban dominados
por muy pocas personas, y sus componentes pertenecían a las clases propietarias
surgidas con la revolución liberal (aristocracia y burguesía) y a las clases
medias (en especial algunos elementos de éstas que deseaban aprovechar las
oportunidades de promoción social que brindaba la política, como es el caso del
mismo Cánovas).
El Partido Conservador liderado por Cánovas había surgido tras la victoria
de los postulados ampliamente liberales de éste en el enfrentamiento que,
dentro de los partidarios de la dinastía borbónica, se había verificado entre
los moderados (partidarios de volver a la Constitución de 1845 y al sistema de
Isabel II) y las tendencias más liberales capitaneadas por el mismo Cánovas
(que deseaban la creación de un nuevo sistema político y la elaboración de una
nueva Constitución). Su base de apoyo estaba formada por antiguos moderados,
los unionistas de derecha de la Unión Liberal, terratenientes, aristocracia
madrileña y rural y "personas de orden" de las clases medias,
aunque en realidad el partido carecía de militantes. En esencia se puede
considerar al Partido Conservador de Cánovas como heredero de la tradición de
la Unión Liberal y de los sectores moderados razonables y de menor carácter
oligárquico.
La ideología conservadora defendía la monarquía como sistema incuestionable
y hacía especial hincapié en el orden público, tendiendo a limitar las
libertades públicas. Tenía una concepción centralista del Estado y tendía al
sufragio censitario en las votaciones. De todos modos los planteamientos
ideológicos conservadores solían ser bastante eclécticos, adaptándose a las
circunstancias y a las necesidades del momento (lo hacedero, tal como
decía Cánovas); esto se debía a los deseos del propio Cánovas de lograr una
integración los más amplia posible de las fuerzas políticas y sociales
españolas en el sistema por él creado.
En cuanto al Partido Liberal, éste no existía al iniciarse la Restauración.
Una de sus piezas básicas fue el Partido Constitucional de Práxedes Mateo
Sagasta, fundado en 1871, en tiempos de Amadeo I, y que agrupó al ala derecha
del Partido Progresista y a un buen número de componentes de la Unión Liberal.
Este partido tuvo un importante papel en la transición de la República a la Monarquía
borbónica. Un grupo disidente de éste colaboró (Alonso Martín) en la
elaboración de la Constitución del 76, pero en 1878 se volvió a reintegrar en
el partido. De hecho la cuestión constitucional era el principal obstáculo para
la integración en el sistema del partido de Sagasta, dada su defensa de las
conquistas liberales plasmadas en la Constitución de 1869, la cual querían
reinstaurar. El siguiente paso fue el Pacto de Fusión (mayo de 1880) que unió
al Partido Constitucional con otras fuerzas políticas liberales (antiguos
moderados, unionistas de izquierda, militares descontentos con Cánovas, altos
aristócratas) sobre la base de la aceptación de la dinastía. El nuevo partido
abandonó su reivindicación de la Constitución del 69 y aceptó la del 76, integrándose
en el sistema. Esta integración fue también posible por la constatación de que
el sistema canovista se basaba en un turno pacífico de partidos que ya no hacía
necesario el recurso a la fuerza o al pronunciamiento militar para que los
grupos políticos más progresistas (dentro de un orden, claro está) llegaran al
poder.
En el ideario del Partido Liberal se incluían cuestiones como la aspiración
a afianzar los derechos y libertades individuales y públicos (libertad de
expresión, de cultos, de asociación), la modernización del Estado, la adopción
del juicio con jurado y la instauración del sufragio universal masculino. En
esencia se deseaba la incorporación de las conquistas liberales más
significativas del Sexenio al sistema de la Restauración.
El Partido Liberal era un partido de cuadros sin militancia. A nivel local
existían comités y a nivel nacional una junta directiva dominada por Sagasta.
Estos dos partidos eran los partidos dinásticos, los soportes del sistema.
Entre ellos, además del turno de alternancia, se establecía una verdadera
colaboración para impedir que las disidencias o los personalismos fraccionaran
la unidad de cada uno de ellos, y para asegurar que el turno pacífico se
cumplía escrupulosamente, todo ello por el bien del sistema.
EL
FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA
El sistema político de la Restauración se basaba por tanto en un
bipartidismo que, tras la moderación de los postulados liberales, se había
institucionalizado mediante el pacto de alternancia de partidos. Como ya hemos visto,
la Corona era la piedra angular de este pacto, apoyada en la base legal que
proporcionaba la Constitución, y decidía cuándo había llegado el momento del
cambio. El sistema funcionaba de arriba a abajo: primero se nombraba gobierno y
luego se convocaban las elecciones para ganarlas, falseando los resultados si
era necesario y existiendo un fuerte voto cautivo por el caciquismo. Para los
políticos españoles de la época, la independencia (e incluso la capacidad) del
electorado para elegir el destino del país era inexistente, por lo que parecía
algo lógico y más que aconsejable que fuese la Corona quien realizara esta
tarea. El jefe de gobierno dimitía si perdía la confianza del rey o del
Parlamento, o si había llegado el momento de la alternancia pactada de
antemano.
El caciquismo es el fenómeno típico y tópico de la España de la
Restauración. El retraso del desarrollo económico en España y la pervivencia de
microestructuras de poder a nivel local hacen que perviva la figura del
cacique, miembro de la élite local, comarcal o provincial, muy arraigado en su
marco geográfico, en el que goza de gran prestigio personal, actuando como jefe
local e intermediario entre la sociedad cerrada y tradicional local y el
Estado. E incluso sirviendo de guía para el voto en una sociedad atrasada en la
que los ciudadanos carecen de formación y se dejan guiar por aquel que más sabe
y más prestigio tiene a la hora de ejercer su derecho al voto.
Así, en caso de elecciones, el gobierno ha de negociar con el cacique local
para que éste apoye a sus candidatos, dado que controla los votos de su
territorio. Este sistema se daba sobre todo en el campo, en las regiones más
atrasadas, mientras que en las ciudades las elecciones eran más representativas
y era en ellas donde obtenían sus actas de diputado los representantes de los
partidos antisistema, aunque en muchas ocasiones habrán de sufrir el "pucherazo"
del gobierno. Quizá podríamos decir que el caciquismo, que era empleado por los
dos partidos del turno de forma indistinta y como útil herramienta electoral,
transformó lo que legal y teóricamente era una monarquía democrática y
parlamentaria en un sistema oligárquico. Pero no nos engañemos: el sistema no
era tan democrático y parlamentario como podía hacer creer la letra de la ley y
de la Constitución, y es más que probable que nunca hubiera podido funcionar
sin la ayuda de los caciques.
El caciquismo como sistema fue transformándose progresivamente en una
estructura cuya misión fundamental, más que la de permitir que las elecciones
tuvieran el resultado deseado, era defender los intereses de las clases
propietarias, en especial cuando la instauración del sufragio universal hizo
posible la representación política de los grupos políticos y sociales opuestos
a dichos intereses. Estaba además, como ya dijimos, muy ligado a estructuras
económicas y sociales antiguas y tradicionales, por lo que cuando éstas
comenzaron a retroceder ante el mundo moderno el caciquismo como estructura
organizada comenzó su declive, siendo incluso atacado por aquellos que hasta
entonces se habían servido de él.
Junto al caciquismo existió otro fenómeno característico del funcionamiento
político del sistema de la Restauración: el encasillado. Consistía en,
aun asegurando la victoria en las elecciones de quien debía ganarlas, dejar
siempre a la oposición (incluida la antisistema) una adecuada representación
política, aunque hiciese falta manipular los resultados para ello.
Por lo que respecta al ejército, éste perdió su poder político y se adhirió
a la persona del rey Alfonso XII. Las primeras actuaciones del monarca
(dirigiendo las tropas contra los carlistas) le valieron precisamente esta
adhesión del estamento militar; a partir de entonces los generales se retiraron
a sus cuarteles y dejaron de participar en política, identificándose con el
sistema y apoyándolo.
Para finalizar, podemos decir como resumen que la Restauración era, a pesar
de las ideas y los proyectos que pudieron animar su fundación, un sistema
político alejado fundamentalmente de la realidad del país y que se perpetuó a
sí mismo en la salvaguardia de los intereses de la clase dirigente.
LA OPOSICIÓN AL SISTEMA DE LA RESTAURACIÓN
A-REPUBLICANOS
Y CARLISTAS
A pesar de la estabilidad que presidió las primeras décadas del nuevo
régimen, existían ya partidos que no aceptaban la Constitución ni el sistema
vigente, e iban a surgir otros nuevos.
Los partidos republicanos estaban muy divididos entre los partidarios de la
vía legalista y los revolucionarios y carecían de apoyos suficientes entre la
población civil, aunque sí tenían cierta influencia en algunos sectores del
ejército. Dos fueron los principales partidos republicanos de este momento: el
Progresista, de Manuel Ruiz Zorrilla, y el Federal de Francisco Pi y Margall.
Menor influencia tenían el Partido Posibilista de Emilio Castelar (disuelto
hacia 1890) y el Centralista de Nicolás Salmerón. Todos ellos, salvo el
Federal, defendían una República unitaria. Ninguno de ellos se cuestionaba el
orden económico vigente; como mucho proponían diversas medidas reformistas,
dado su carácter burgués. La implantación de los partidos republicanos era
fundamentalmente urbana, y su pérdida de apoyo popular fue causada por la
progresiva moderación de sus postulados y por la colaboración con el sistema; aunque
querían cambiarlo, acataban sus reglas del juego.
Por su parte el carlismo, tras la derrota militar de 1876, había
retrocedido considerablemente en su influencia política, hasta el punto que se
abrió en el seno del movimiento un debate sobre la conveniencia de seguir con
su tradicional táctica de levantamientos o cambiar las formas de actuación por
las meramente políticas, integrándose en el sistema. Se optó por la vía
tradicional, lo que hizo que la Iglesia comenzase su alejamiento del carlismo y
buscase sus propias vías para actuar en política. Además una parte importante
del carlismo se escindió del movimiento, creándose la Unión Católica, la cual
acabó por integrarse en el Partido Conservador en 1884. En la década de 1890
los partidarios de acomodarse a las reglas del juego del sistema fueron ganando
posiciones frente a los sectores integristas, lo que permitió una notable
expansión de la influencia del carlismo moderado.
B-LOS
NACIONALISMOS
Como consecuencia del progresivo centralismo uniformizador y de la
decadencia del republicanismo federalista, iban a surgir en las regiones
periféricas con personalidad cultural propia una serie de movimientos y
corrientes ideológicas que cristalizarían luego en partidos nacionalistas. El
nacionalismo vasco alcanzaba su primera formulación política con la fundación
por Sabino Arana del Partido Nacionalista Vasco en 1895. Limitado en un
principio a la reivindicación foralista de Vizcaya, su ideología primigenia era
fuertemente radical (se pedía la secesión frente a España) e incluso racista.
Pero la paulatina moderación de planteamientos, con la renuncia al separatismo
y la fuerte influencia del ideario cristiano, ampliaron poco a poco su base de
apoyo, en especial en Vizcaya. El carácter conservador del PNV atrajo a muchas
personas que temían la extensión del socialismo entre la clase trabajadora
vasca.
El nacionalismo catalán tuvo
un desarrollo más temprano. En torno a intelectuales como Valentín Allmirall y
Prat de la Riba se fueron creando núcleos nacionalistas políticos y culturales
que acabarían fundiéndose en 1892 en la Unió Catalanista. Su programa político,
recogido en el documento denominado Bases
de Manresa, aspiraba fundamentalmente a instaurar una estructura
federalista del Estado en la que cada región ejerciese su autogobierno, sin
plantear la secesión o la lucha contra el Estado español. Todo ello desde una
posición burguesa, ya que las bases del nacionalismo catalán del momento eran
las clases medias y altas del principado. En general se produjo en el período
final del siglo una efervescencia catalanista en todos los órdenes.
C-EL
MOVIMIENTO OBRERO
Tras la represión y la clandestinidad de los primeros tiempos de la
Restauración, la liberalización de la actividad política con el primer gobierno
de Sagasta supuso un cambio positivo para las organizaciones obreras.
El movimiento anarquista se organizó a partir de 1881 en la denominada
Federación de Trabajadores de la Región Española, registrando un fuerte aumento
de su extensión y afiliación. Pero este crecimiento resultó efímero. Las
actividades terroristas de algunos grupos que no tenían vinculación directa con
la Federación (Mano Negra) desencadenaron una fuerte represión
gubernamental contra todo el movimiento anarquista a partir de 1883. Ello dio
pie a un fuerte debate interno entre los partidarios de la actuación legal
organizada y de una mayor acción sindical y aquellos que abominaban de las
formas organizativas y preconizaban la vía insurreccional hacia la revolución.
Éstos últimos vencieron finalmente, y en 1888 se disolvía de forma definitiva
la Federación, quedando expedito el camino hacia la propaganda por el hecho,
la acción individual y violenta contra el sistema. Ésta se justificaba
fundamentalmente como represalia contra la represión ejercida contra todos los
anarquistas desde el Estado. Se verificaron hechos violentos de trascendencia,
como el intento de toma de Jerez de la Frontera (1892), el atentado fallido
contra el general Martínez Campos (septiembre de 1893) y la colocación de una
bomba en el Teatro del Liceo barcelonés (noviembre de 1893), que inmediatamente
desencadenaron la represión contra todos los anarquistas; esta represión traía
consigo nuevos atentados de represalia, que a su vez originaban más represión,
en una espiral sin fin y que provocó incluso la muerte del propio Cánovas en un
atentado en 1897.
Por lo que respecta al otro gran sector del movimiento obrero, el
socialista, en 1879 se fundaba el Partido Socialista Obrero Español (PSOE),
cuya máximo dirigente era Pablo Iglesias. Su expansión fue en un principio muy
lenta, y su escasa fuerza obligó al nuevo partido a aceptar las normas
democráticas para evitar la represión de la que eran objeto los anarquistas;
eso sí, la aceptación duraría hasta el momento en que los socialistas tuviesen
una base de apoyo suficiente para asegurar el triunfo de la revolución. En
agosto de 1888 se fundaba en Barcelona la Unión General de Trabajadores (UGT),
el sindicato socialista. Pero la influencia de éste fue en principio también
escasa, y tan sólo entre los mineros vascos tuvo un desarrollo evidente. Tan
pequeño era el apoyo popular del PSOE que hasta 1910 no consiguió un solo
diputado, no recogiendo hasta entonces más de 30.000 votos en todo el país.
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